Todos los días, sin falta, ella se quedaba a la entrada del
liceo, esperando que pasara él.
Sabía que no lo
iba a saludar, ni él a ella, el tan solo hecho de verlo y saber que había
llegado a clases, la hacía sentir bien, segura y completa.
Comenzó a
escribirle al hermoso niño por internet, primero como anónima. Tenían tantas
cosas en común, si él la hubiese conocido se hubiera enamorado y hubieran sido
tan felices.
Cuando se acercó
la Navidad, en el liceo organizaron un “Santa Secreto” y ella, en una carta, le
declaró su amor.
Un día miércoles,
se acercó a su platónico, en vez de quedarse parada en la entrada viéndolo
pasar e imaginándose mil cosas que pasarían si estuvieran juntos. Él la vio, le
pareció hermosa, pero era un desconfiado del amor. En vez de aceptar lo que
pasaba, le habló con tono frío y ella nunca perdió las esperanzas.
En el recreo, el
chico esperaba que la misteriosa niña se acercara a hablar. La esperó en las
escaleras, en el prado, en las gradas. La miraba de reojo y su sonrisa le
encantaba.
Ella no quiso
acercarse nuevamente, tenía miedo al rechazo. Dejó pasar la oportunidad. Él se
desilusionó, creía que ella haría todo el trabajo, era muy tímido y no iba a
acercarse para conversar. Era el último día de clases al que fue.
Al día
siguiente, se quedó en la puerta esperándolo. No llegó. El chico le respondió
por internet, pero ella ya se sentía demasiado mal. Le volvió a escribir, él
nunca más le devolvió el mensaje.
El verano comenzó junto a
las vacaciones, no lo iba a ver durante dos meses, la incertidumbre la mataba:
¿podría sobrevivir sin su amado?
Un día decidió no vivir más, no comer,
simplemente se cansó de respirar.
Él creía que lo que sentía ella era
algo pasajero, sólo atracción física. Nunca imaginó qué tan fuerte era hasta
que ese día entró en su Tumblr y vio que en su bandeja de entrada había una
notificación. Un mensaje de la chica a la que encontró hermosa, había llegado.
“Nunca imaginaste que había encontrado al amor de mi vida en la puerta del
liceo, tú.”, fue la última frase de la carta. En ese momento sonó su teléfono,
su amigo le dijo que revisara la página web del establecimiento: “Destacada
alumna nos deja hoy”. Anorexia. Tenía anorexia. Se sintió tan culpable que
reventó a llorar. Si hubiese respondido, si se hubiese atrevido a hablarle,
quizás la hubiese salvado. No merecía morir por él. No merecía el amor de
aquella chica. Era especial y nunca se lo dijo. Era el amor de su vida.
Catalina Guerra Silva
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