Esa noche me miré al espejo. No era yo.
No podía ser yo. Mi cabello estaba desordenado y mi cabeza dolía, seguramente
porque me había jalado el pelo esperando que así se pasara el dolor. Mis ojos
estaban rojos, no podría determinar si fue por el esfuerzo que hacía por
mantener las lágrimas dentro de mí o por tanto llorar. No era yo, no era yo.
Me tiré al suelo, para ignorar mi
reflejo, para aclarar mi mente. Empecé a cuestionarme si valía la pena sufrir
de esa manera; nada te haría volver. Nada. Abracé mis piernas y deseé estar en
otro mundo.
Divisé mi cara en el espejo,
nuevamente. Salieron mariposas, sin embargo no dejaba de sentirlas. Hice lo
mismo todas las noches, esperando a que se fueran por completo, hasta que me di
cuenta que mi reflejo eras tú, veía como te ibas sacando las mariposas mientras
que yo no las superaba. En ese momento entendí que nunca te iba a dejar
de amar y que el tiempo se encargaría de espantar el sufrimiento.
Catalina Guerra Silva
Catalina Guerra Silva
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